LEVANTE-EMV 🔵 Fiestas y poder. Identidad en juego
Con el final del verano, dejamos las fiestas de pueblo atrás, y con ello la vuelta de muchas personas a las ciudades. Por ello, se observa como desde los pueblos hasta las ciudades, las festividades no son meros eventos de celebración. Son los escenarios en los que se negocian y exhiben las hegemonías y se configuran dinámicas de poder. No cuentan no sólo con la capacidad de articular identidades colectivas, sino también para revelar y perpetuar hegemonías. En definitiva, cómo cohesionan pero también cómo generan conflictos e identidades que estructuran las dinámicas tanto urbanas como rurales. Las festividades poseen una notable capacidad discursiva. A través de ellas, se transmiten narrativas que refuerzan ciertos valores y estructuras sociales. Por ejemplo, en las Fallas, las Hogueras o los Moros y Cristianos no sólo conmemoran “tradiciones” históricas, sino que también reafirman una jerarquía cultural, donde se pone de manifiesto cómo se distribuyen los recursos, quién participa y cómo lo hace, y en cuál sitio concreto se hace. Así como se muestra un estilo de representación de la colectividad y de cómo se percibe por el ritual. Esta representación utiliza la vestimenta, el espacio físico o los monumentos falleros y hogueras, para reafirmar sus simbologías.
En contraste con estas festividades, erróneamente identificadas con las ciudades,hoy encontramos en muchos pueblos, festividades como los bueyes callejeros que muestran cómo las tradiciones locales pueden resistir e incluso desafiar las narrativas y debates que se generan en torno a consensos urbanos. Así, se muestra que las festividades están en constante negociación y reconfiguración en función del contexto social y geográfico. De esta forma el posicionamiento político de una festividad puede generar hegemonías políticas o todo lo contrario. Por eso la política pública debe ir acompañada de investigación científica para que el dominio de las perspectivas urbanas, habitual de ciertas visiones políticas, no afectó a las visiones rurales. Un ejemplo claro, se observa, por tanto en la tauromaquia.
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La diferencia entre las celebraciones en los pueblos y las ciudades pone de manifiesto una jerarquización urbana evidente. Mientras que las festividades de los pueblos están enfocadas a la vivencia local y comarcal; las de las ciudades, pretenden expandirse y generar discursos de proyección internacional. Así, mientras que las festividades en los pueblos generan una efervescencia colectiva comarcal, las festividades en las ciudades más turistificadas generan una efervescencia colectiva delimitada en las agrupaciones concretas que las tienen, ya sea el casal fallero, la filà o la barraca. En este sentido, la delimitación del público que vive la fiesta genera una energía emocional acotada a las asociaciones festivas. Generando estratificación social, espacial y económica. Por tanto, la turistificación integrada en las festividades plantea interrogantes sobre la identidad vivida. Por eso a medida que las ciudades transforman sus festividades en atractivos turísticos, existe el riesgo que estas celebraciones pierdan el significado construido colectivamente por los locales, convirtiéndose en espectáculos diseñados para satisfacer las expectativas de una audiencia global.
En definitiva, las festividades deben estar reguladas por la investigación social y la perspectiva científica. Teniendo en cuenta su arraigo, su capacidad de cohesión pero también de estratificación. También deben tener en consideración que la perspectiva científica no corresponde a la perspectiva social urbanita y que las regulaciones deben tener en cuenta a la población local. Por eso, la sociología tiene un peso fundamental en el desarrollo de las festividades. n