EL PAIS 🔵 Javier Peña, escritor: “Decir ‘te quiero’ por decir es el horror”
Dice, entre el pesimismo y la ironía, que la promoción de un libro es como el MDMA, que aclara no ha probado: felicidad a crédito. “De repente, en unos pocos días gastas la felicidad de meses enteros. Las entrevistas, la atención, las librerías. Acumulas toda esa felicidad, la disfrutas, y luego no te queda nada”. Javier Peña (A Coruña, 45 años) relata en Tinta invisible (Blackie Books, 2024) una historia asombrosa hecha de decenas de pequeñas historias literarias que sostienen una relación tensa y extraña: la que mantiene con su padre. “Siempre que me he dejado de hablar con alguien los motivos me parecían imperdonables. Hoy soy incapaz de recordar uno solo de esos motivos, hoy sólo recuerdo a las personas que abandonaron mi vida”, escribe. Su padre y él dejaron de hablarse cuatro años. La enfermedad del primero volvió a juntarlos. Fernando Peña era marino y, sobre todo, lector. Un lector febril, desatado, desbordante, al que su hijo recuerda en los supermercados leyendo las etiquetas de los champús. Peña recuerda al principio de su libro al hombre que en un café de Lisboa desgranó las desgracias que asolaban a su familia, muertes y penas, y terminó con una frase que su vecino de mesa, Fernando Pessoa, hizo suya: “En fin, la vida es así, pero yo no estoy de acuerdo”.
Pregunta. ¿Por qué dejó de hablarse con su padre?
Respuesta. No lo recuerdo, sólo recuerdo cuándo. Después de salir de un partido del Dépor fui a casa de mis padres con mi mujer a dormir allí. Llegamos y estaban viendo un programa aburridísimo de debate en el que salía Carlos Westendorp [político y diplomático español, ministro con Felipe González]. Mi mujer hizo un comentario en plan coña del tipo “guau, qué divertido esto”. Mi madre se ofendió mucho: “¿Qué pasa, que los señores mayores no tenemos derecho a ver lo que nos dé la gana?”. Y la cosa que había empezado de broma se encasquilló, subió de volumen y acabamos en medio de una bronca. Nos fuimos de casa, cogimos el coche y nos plantamos en Santiago.
P. Vendría todo de antes.
R. Había algo detrás, seguro. Me niego a pensar que me dejé de hablar cuatro años con mis padres por culpa de Carlos Westendorp.
P. Y cuatro daños después, le llaman para decirle que su padre ha sufrido un ataque y que está en el hospital.
R. Podía ser la última vez que nos viésemos. Y hablaríamos de aquello que pasó. Preparé la charla. Cogí aire, entré en la habitación y él me dijo: “Oye, ¿qué libro leíste últimamente?”.
P. Impresionante.
R. Él me contó que había visto La carretera, la película. Esa en la que un padre y un hijo sobreviven en un mundo apocalíptico del que no sabemos el origen.
P. Cuando salió usted de la habitación pensó que le había querido decir algo citando La carretera, pero no. “Las historias no eran un código para entender la relación, las historias eran la relación”.
R. Llegué al coche y mi mujer me preguntó: “Qué, ¿cómo fue?”. Y yo, con la boca abierta: “¡Me habló de libros!”.
P. Cuando le preguntaron a Carlos Zanón por su relación de altibajos con su padre, respondió: “Es que antes los padres no vivían tanto”.
R. Y además es que yo a mi padre lo veo como un ser atemporal. Se quedó en los setenta, ochenta. Él no sabía ser de otra forma. En su momento me molestó. Pero ahora me parece maravilloso que viviese en el mundo de las historias.
P. ¿Por qué empezó a leer tanto?
R. Estaba ocho meses fuera, cuatro y cuatro intercalados por otros cuatro en casa, embarcado en un petrolero enorme, metido en un pequeño camarote en medio del mar. Repleto de libros que mi padre leía todos y de películas en VHS que también veía.
No me contó nada de su vida pero me contó toda la vida de Sherlock Holmes. Yo conocía mejor a Sherlock Holmes que a mi padre”
P. ¿La incomunicación es generacional?
R. Yo creo que más que generacional es algo emocional. En mi familia no somos de compartir los sentimientos. Si tengo un problema, se lo cuento a un amigo. El día que me dicen que a mi padre le ha dado un ataque, y que igual no nos da tiempo a despedirnos de él —aunque después aguantó dos meses—, yo llego al hospital y están mis dos hermanos en la puerta de Urgencias. Bajo del coche a abrazarme con ellos porque en ese momento necesitaba su abrazo. Y fue como abrazar la señal de salida de la autopista: fríos, tiesos y yo digo: “Joder, no puede ser”. Pero era como ellos.
P. ¿Y qué le pasó?
R. Que hace 27 años que estoy con mi pareja; ella es muy cercana, y yo creo que un poco me separé más de ellos: inicié otra vida. Pero soy igual a mi padre en algo. Cuando voy con mi mujer por la calle y me encuentro con alguien, doy tres pasos atrás y me escondo. Pero tanto si presento un libro, como en mi taller de literatura o en el podcast [Grandes infelices], hablo todo el rato. Los libros me hacen superar todos mis miedos sociales.
P. Su padre le dice, cuando se está muriendo, que vivió un tiempo en Nueva Jersey.
R. No me contó nada de su vida, pero me contó toda la vida de Sherlock Holmes. Yo conocía mejor a Sherlock Holmes que a mi padre. Estaba obsesionado con el Titanic, pues entonces yo conocía mucho más al capitán del Titanic que a mi padre. Me enteré de cómo se conocieron mis padres cuando a mi padre le quedaban días de vida. Y un día, al final, mi madre dijo delante de él: “Mira, escritor como tú querías ser”. ¡Yo nunca había sabido que mi padre soñaba con ser escritor! Y supe, también, que vivió en Nueva Jersey.
P. ¿De dónde vienen sus padres?
R. Mi padre es de Sevilla, mi madre de A Coruña. Mi padre se pasó los 50 últimos años de su vida viviendo en Galicia. Y también, no sé por qué, mi padre dejó de hablarse con su familia. Yo tengo un montón de primos en Sevilla que sé que existen, pero no trato. Siempre fantaseo con que aparezcan en una presentación de mi libro en Sevilla. Un día busqué en Facebook a mi tío y resulta que se parece muchísimo a mí. Los mismos ojos tristes, esa caída melancólica de los ojos.
P. Que es de su familia gallega.
R. Yo también lo creí, pero no, es sevillana.
P. Ni idea de qué pasó, claro.
R. Yo tenía siete años cuando dejaron de hablarse. Era curioso porque mis abuelos de Sevilla sí seguían en contacto con mis abuelos de A Coruña. Entonces las cosas que sabíamos eran porque las consuegras se llamaban. Y estas cosas pasan. En mi caso, yo no me hablaba con mi madre durante cuatro años, pero sabía las cosas porque ella hablaba con mi suegra. Se reprodujo la historia. Mi suerte es que al final nosotros tuvimos una reconciliación, y mi padre con sus padres, no.
P. ¿Cómo se conocieron sus padres?
R. Él llegó con su barco al puerto de A Coruña y allí un telegrafista murciano dijo que había que salir, que seguro que había mucha marcha en A Coruña. Aún años 70 y tal, vete tú a saber qué marcha había. Mi padre quería quedarse leyendo en su camarote. Al final lo convenció. Llegaron a un bar de la Marina y allí había dos chicas sentadas en una mesa. Les preguntaron si podían sentarse con ellas. Se casaron cada uno con una.
P. Hay que salir siempre, como sabe aquella chica de Valladolid que un día de tormenta bajó a tomar una y se acostó con Brad Pitt.
R. La suerte que hay que tener. ¿Y si mi padre se queda leyendo?
P. Afectaría dramáticamente a su vida y menos dramáticamente, pero también, a la mía, que no estaría aquí.
R. Nadie sabe nada. Mi madre le dijo: “Yo me caso contigo, pero tú te sacas de navegar”. Y al principio trabajó en una empresa de suministros navales. Pero la empresa cerró con la crisis de principios de los 80, y volvió al mar hasta que se jubiló. Mi carácter lo forjó que ocho meses al año mi padre estuviese fuera dos veces. Para un niño, cuatro meses seguidos sin ver a tu padre es una vida. Todo era triste. Llovía. Y cuando llegaba él, era fiesta, estábamos todos.
Mi madre fue corriendo a abrazarle y él murió en sus brazos. Que unas personas tan mayores estuvieran tan enamoradas como estaban ellos…”
P. El momento más difícil de su libro es cuando, durante el tiempo en que estuvieron sin hablarse y a través de los cristales de una cafetería, usted ve pasar a su padre. Encorvado, envejecido. Rompe el alma.
R. Fue durísimo. Yo había ido a A Coruña a una reunión en el Ayuntamiento y estaba en una cafetería, y de repente él pasó por delante. Era y no era mi padre.
P. Él intentó leer Agnes, su anterior novela, en el hospital, pero ya no podía ir más allá de unas páginas.
R. Hablamos de todos los libros, menos de los míos. Porque Agnes no pudo leerlo. Y de Infelices sólo sé, a través de mis hermanos, que le dio mucho pudor leerlo. Mi madre sí leyó Agnes y dijo que si mi padre hubiese escrito un libro, querría haber escrito ese. Es una frase hermosa. Agnes es el que más se parece a mi padre, el que más se parece a sus gustos.
P. ¿Qué le interesaba además de los libros?
R. Mi padre tenía cuatro pasiones: los libros, las películas, los vinos y los trajes. No podías sacarlo de ahí. Si yo le decía: “Oye, he tenido un problema con mi jefe”, te preguntaba si habías leído tal libro, que él lo quería leer también. Y al final no era capaz de aguantar una película, de sostener la lectura de un libro, no podía beber vino y estaba siempre en pijama.
P. Graham Greene: “No creo a nadie que diga amor, amor, amor. Siempre significa egoísmo, egoísmo, egoísmo”. Y usted apostilla: “Quien dice ‘te quiero’ suele querer decir: ‘Mira si soy maravilloso que te quiero”.
R. Hay palabras que, cuando se dicen rutinariamente, son terribles. Decir ‘te quiero’ puede ser increíble en un momento determinado, pero decirlo por decir es el horror.
P. Hay gente a la que se le escapa haciendo el amor con alguien que acaba de conocer.
R. Pero ese momento es muy intenso, lo sientes de verdad. No es un “te quiero” de “quiero casarme contigo y vivir juntos”, es un “te quiero” de que, hombre, estáis viviendo un momento muy intenso juntos.
P. Cuando su padre en casa siente que es el final, que se está muriendo, dice a su madre con el último hilo de voz: “Me muero, abrázame, abrázame”.
R. Mi madre fue corriendo a abrazarle y él murió en sus brazos. Que unas personas tan mayores estuvieran tan enamoradas como estaban ellos… Yo nunca he pensado cómo quiero morir. Ahora quiero morir así, abrazado a la persona que quiero.
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